La leche materna asegura que un infante reciba la mejor nutrición posible para un crecimiento y desarrollo sano. También apoya el desarrollo de su sistema inmune, aportando importantes anticuerpos y otras sustancias que lo refuerzan y que le transfieren, al pequeño, inmunidad pasiva para protegerlo de muchas enfermedades (gastrointestinales y respiratorias).
La alergia a la leche de vaca es la alergia alimenticia más común en las primeras etapas de la niñez, afectando a entre 2% y 5% de los infantes. Cuando un niño tiene esta alergia, su sistema inmune reacciona de manera exagerada a una o más proteínas contenidas en la leche de vaca. Su sistema inmune reconoce estas proteínas como dañinas y para protegerse, secreta sustancias naturales de defensa, como las histaminas, que causan los síntomas alérgicos en el infante.
Una reacción alérgica frecuentemente es el primer signo de que algo no está funcionando bien con el sistema inmune, por lo que es muy importante investigar las maneras de reducir el riesgo de desarrollar alergia a la leche de vaca o de manejarla si ya ha sido diagnosticada, a través del soporte nutricional indicado. Poder ofrecer este soporte nutricional para el sistema digestivo e inmune del niño es muy importante para su crecimiento y desarrollo.
Aunque la leche materna es la mejor opción, una minoría de los infantes con alergia a la leche de vaca que son especialmente sensibles pueden tener reacciones alérgicas. Esto no significa que sean alérgicos a la leche materna en sí, sino a las cantidades pequeñas de la proteína de la leche de vaca que se transfiere de la mamá al niño a través de la leche materna. En estos casos, la alergia a la leche de vaca puede ser manejada exitosamente eliminando los productos lácteos de la dieta de la madre. Si ella siente que esto no es posible o decide no continuar amamantando, un profesional de la salud podría sugerir que el bebé empiece a consumir una fórmula “hipoalergénica” especializada.